Viajábamos en un coche cómodo
Por una ruta lluviosa.
Y vimos a un hombre harapiento cuando ya caía la noche.
Con profundas reverencias nos hacía señas de llevarlo.
A nosotros nos esperaba un techo y teníamos lugar y pasamos
de largo.
Y oímos cómo yo decía con un tono amargo: no,
no podemos llevar a nadie.
Mucho más adelante, quizá a un día de marcha,
repentinamente me asusté de esa voz mía,
de aquel comportamiento mío y de todo
este mundo.
(Bertold Brecht)
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Oye V., soy Esteban. Quien ahora lee algo que incluí en un blog mío que estaba buscando. El asombro por el poema de Brecht se repite. Saludos desde Palermo.
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