¿El opio de los pueblos?
¿En qué se parece el fútbol a Dios?. En la devoción que
le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que el
tienen muchos intelectuales.
En 1880, en Londres, Rudyard Kipling se burló del
fútbol y de «las almas pequeñas que pueden ser saciadas
por los embarrados idiotas que lo juegan». Un siglo
después, en Buenos Aires, Jorge Luis Borges fue más
que sutil: dictó una conferencias sobre le tema de la inmortalidad
el mismo día, y a la misma hora, en la selección
argentina estaba disputando su primer partido en
el Mundial del ’78.
El desprecio de muchos intelectuales conservadores
se funda en la en la certeza de que la idolatría de la
pelota es la superstición que el pueblo merece. Poseída
por el fútbol, la plebe piensa con los pies, que es lo suyo,
y en ese goce subalterno se realiza. El instinto animal se
impone a la razón humana, la ignorancia aplasta a la
Cultura, y así la chusma tiene lo que quiere.
En cambio, muchos intelectuales de izquierda descalifican
al fútbol porque castra a las masas y desvía su
energía revolucionaria. Pan y circo, circo sin pan: hipnotizados
por la pelota, que ejerce una perversa fascinación,
los obreros atrofian su conciencia y se dejan llevar
como un rebaño por sus enemigos de clase.
Cuando el fútbol dejó de ser cosas de ingleses y de
ricos, en el Río de la Plata nacieron los primeros clubes
populares, organizados en los talleres de los ferrocarriles
y en los astilleros de los puertos. En aquel entonces,
algunos dirigentes anarquistas y socialistas denunciaron
esta maquinación de la burguesía destinada a evitar
la huelgas y enmascarar las contradicciones sociales.
La difusión del fútbol en el mundo era el resultado de
una maniobra imperialista para mantener en la edad
infantil a los pueblos oprimidos.
Sin embargo, el club Argentinos Juniors nació llamándose
Mártires de Chicago, en homenaje a los obreros
anarquistas ahorcados un primero de mayo, y fue un
primero de mayo el día elegido para dar nacimiento al
club Chacarita, bautizado en una biblioteca anarquista
de Buenos Aires. En aquellos primeros años del siglo,
no faltaron intelectuales de izquierda que celebraron al
fútbol en lugar de repudiarlo como anestesia de la conciencia.
Entre ellos, el marxista italiano Antonio Gramsci,
que elogió «este reino de la lealtad humana ejercida al
aire libre».
miércoles, 30 de junio de 2010
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