viernes, 27 de marzo de 2009
PARTE II
II. El arribo de Beatriz
A mediados de agosto, Cecilia tuvo que tomar la decisión de contratar a una mujer para que le ayudara con los quehaceres de la casa Esto se debía a que repentinamente le habían aumentado horas y sueldo en su trabajo. Aunque a Juan no le gustó la idea, Beatriz, una mujer adulta, bastante tranquila, empezó a realizar la limpieza, que estaría, metódicamente, dividida en días y lugares.
Los días lunes, miércoles y viernes, se ordenarían las habitaciones, el baño y la cocina. Los martes y jueves el comedor y el patio. Finalmente Cecilia, personalmente, se encargaría de la ropa, tanto de su lavado como de su planchado.
A pesar de que Beatriz era una mujer que rondaba los 60 años era muy vital, Cecilia se admiraba por ello y por su silencio. La mujer vivía lejos de allí, todos los días viajaba en colectivo para llegar a la casa. La hora de entrada era a las 9 y ella misma era quien determinaba la salida en función de la limpieza o suciedad del lugar. Por ese entonces la casa lucía radiante, limpia, fresca. A Juan le recordaba su infancia.
Una mañana, durante la limpieza del baño, Beatriz observó, sorprendida, que la mancha de humedad del techo, se había extendido sobradamente.
Siempre pensaba que esa humedad era lo único que desentonaba con la casa que estaba tan bien cuidada. Ella, que había trabajado mucho en diferentes casas y departamentos conocía múltiples problemas relacionados con el mantenimiento de los hogares, incluso una vez había sido víctima de un derrumbe en una casa, ocurrido por el mal estado de los cimientos y se había agravado por la presencia de humedad. Ese hecho que había ocurrido ya 20 años atrás, todavía le causaba escalofríos.
Beatriz vio cómo, cada día, la mancha avanzaba, sin que nadie comentara nada al respecto.
CONTINUARÁ...
domingo, 15 de marzo de 2009
PARTE I
I. La llegada
El departamento se ubicaba estratégicamente cerca del centro y en la tranquilidad de un barrio. Era un lugar acogedor con buena iluminación, dos habitaciones amplias con placard, Water Closet, cocina unida al comedor por medio de un bar de madera oscura, piso de parquet en buen estado, aberturas firmes y macizas, ventanas amplias, herméticas, y un pequeño patio que daba al jardín interno del edificio rodeado de árboles, paraísos, y ombúes, postal trasera que terminaba un recorrido poco habitual en la tediosa búsqueda de un lugar.
Los primeros en llegar fueron una pareja adulta y sin hijos. El lugar les maravilló. Se mudaron los primeros días de julio justo antes de que se asomaran los fuertes vientos de agosto. Para entonces, Cecilia y Juan, decidieron no hacer cambios en el color de las paredes, el blanco estaba bien, además contribuía a la luz natural del lugar. Ni cambios importantes ni cambios mínimos, vivirían tal cual el lugar se veía, por ahora. Trajeron sus muebles modernos que quedaban a la perfección en el nuevo lugar más espacioso y antiguo que la anterior casa que habían habitado durante casi 10 años. Se instalaron bastante rápido, brotados de una ansiedad inusitada, parecían dos niños peleando por quien era el más veloz en acomodar las cosas. Durante aquella primer noche, hicieron el amor y después quedaron profundamente dormidos.
En la mañana, el lugar lucia aún más hermoso. El departamento, que al poco tiempo llamaron casa, se hizo querer mas rápido de lo que habían pensado. Incluso la propia pareja había experimentado una mejoría en sus relaciones, desde que se mudaron a la casa. El anterior refugio se hizo un recuerdo cada vez más efímero y distante en sus vidas.
Así pasaron los días, entre el trabajo y las salidas, planearon inaugurar el departamento, invitar algunos amigos, tomar unos tragos, tal vez hasta bailar un poco. Cecilia organizaría la cena y las bebidas, como de costumbre, mientras que Juan se encargaría de invitar sólo a los amigos más cercanos debido a la intimidad del encuentro en la nueva casa.
La noche de la cena , llegaron uno a uno los invitados que ascendieron a 10, un número impensado en la pretérita casa más pequeña y deslucida. Cecilia estaba espléndida con el vestido rojo que tanto le gustaba y que hacía a poner a Juan celosamente observador.
Sus amigos quedaron encantados con el lugar, recibieron halagos de los más alentadores, poniendo en evidencia el buen gusto de la pareja, hablaron de la buena ubicación del lugar, de la tranquilidad y de la escasz de vecinos molestos o ruidosos.
Sin embargo, algo se les pasó y sólo uno de los invitados percató aquello.
Álvaro, un amigo reciente de la pareja que había conocido a Juan por intermedio de su estudio de arquitectura, quien era además y no por ello menos importante, maestro mayor de obras, descubrió algo que ni Juan ni Cecilia habían notado en los días anteriores. Había descubierto una mancha de humedad bastante avanzada pero pequeña, en el techo de la bañera.
Cecilia y Juan experimentaron una sensación molesta, fue como si de repente Álvaro hubiera cuestionado no sólo la mancha sino la casa y hasta a ellos mismos. De repente se sintieron incómodos, avergonzados heridos, y hasta ofendidos por el incidente tal cual le llamaron después.
Este hecho pareció marcar el fin de la velada pues Cecilia y Juan no pudieron dejar de hablar del tema, parecían apesadumbrados por la mancha que hasta ese momento no existía ni en la nueva vida ni en la nueva casa. Los amigos no podían creer cómo aquel detalle había llevado a la pareja a una casi obsesiva búsqueda de argumentos que explicasen la existencia inadvertida de la mancha de humedad. Al punto tal que propusieron ir a tomar unos tragos, con el sólo propósito de salir de la casa, olvidar lo sucedido y librarse de los únicos testigos del hecho. Matar dos pájaros de un tiro pensó Juan. Esa noche volvieron a la casa tan borrachos que se olvidaron finalmente de la mancha.
Cecilia se desnudó primero y de este modo comenzó el juego de vestido–¬desnudo, que tanto les gustaba. El juego consistía en que uno de ellos, debía permanecer vestido, mientras el otro desnudo. Éste último comenzaba a tocar, besar, lamer, en pequeñas zonas, ir de a poco abriendo paso a la desnudez.
Los roles se establecían de acuerdo a cuál era el primero en desvestirse, se podría decir, que el más excitado comenzaba el juego. El vestido no debía moverse, sólo debía dejarse hacer lo que el desnudo proponía, era como una especie de violación y eso era, posiblemente, lo que a ambos les excitaba.
Al día siguiente, Juan se levantó y fue a darse un ducha, tenía un dolor de cabeza muy fuerte, y aunque había bebido demasiado, creía que todo se debía a la preocupación nacida ante presencia de la oscura mancha de humedad. El fastidioso asunto que incluía entre muchos otros, encontrar un plomero que lo arreglara pronto, saber de dónde provenía, lidiar con el vecino en caso de que la responsabilidad fuera del otro, romper, arreglar, inhabilitar, y todo lo referido a humedades que ya cada quien ha padecido.
Entonces entró a la bañera, al llegar observó el techo, la mancha se encontraba allí pero no tenia la apariencia de la noche anterior, estaba como si se hubiera secado por la noche, como si en silencio se hubiera curado sola, y a Juan entonces ya no le pareció tan urgente la idea del arreglo, quizás hasta podrían esperar un mes antes de que llegara el fuerte calor y las lluvias de diciembre. Salió rápido y se lo contó a Cecilia, quien de un salto se levantó, sólo a verla e ironizar con respecto a su amigo Álvaro y su particular capacidad a de decir las cosas exagerando su gravedad.
Fue así que ambos sonrieron y lo pospusieron.
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